martes, 12 de julio de 2011

La Santa Eucaristía según el Catecismo

LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
ARTÍCULO 3
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
1322 La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (SC 47).
1324 La Eucaristía es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO 5).
1325 "La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por las que la Igle sia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (CdR, inst. "Eucharisticum mysterium" 6).
1326 Finalmente, la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 5).
1328 La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:
Eucaristía porque es acción de gracias a Dios. Las palabras "eucharistein" (Lc 22,19; 1 Co 11,24) y "eulogein" (Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones judías que proclaman -sobre todo durante la comida- las obras de Dios: la creación, la redención y la santificación.
1329 Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20) porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del banquete de bodas del Cordero (cf Ap 19,9) en la Jerusalén celestial. 
Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él (cf 1 Co 10,16-17). 
Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visibl e de la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).
1330 Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor.
Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también santo sacrificio de la misa"sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; cf Sal 116, 13.17), sacrificio espiritual (cf 1 P 2,5), sacrificio puro (cf Ml 1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza.
Santa y divina Liturgia, porque toda la liturgia de la Iglesia encuentra su centro y su expresión más densa en la celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la llama también celebración de los santos misterios. Se habla también del Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de los Sacramentos. Con este nombre se designan las especies eucarísticas guardadas en el sagrario.
1331 Comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo (cf 1 Co 10,16-17); se la llama también las cosas santas [ta hagia; sancta] (Const. Apost. 8, 13, 12; Didaché 9,5; 10,6) -es el sentido primero de la comunión de los santos de que habla el Símbolo de los Apóstoles-, pan de los ángelespan del cielomedicina de inmortalidad (S. Ignacio de Ant. Eph 20,2), viático...
1332 Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles (missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.



El Cuerpo y La Sangre de Cristo, perdonen nuestros pecados y 
guarden nuestra alma para la vida eterna, Amén

sábado, 18 de junio de 2011

La Santísima Trinidad


El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 804).
254 Las personas divinas son realmente distintas entre sí. "Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Cc. Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.
255 Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Cc. de Florencia 1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, S. Gregorio Nacianceno, llamado también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:
Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje...Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero...Dios los Tres considerados en conjunto...No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo...(0r. 40,41: PG 36,417).

IV Las obras divinas y las misiones trinitarias
257 "O lux beata Trinitas et principalis Unitas!" ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!") (LH, himno de vísperas) Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el "designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en él" (Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rom 8,29) gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rom 8,15). Este designio es una "gracia dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rom 8,14).
260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora (Oración de la Beata Isabel de la Trinidad)

Resumen
261 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
262 La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre, es decir, que es en él y con él el mismo y único Dios.
263 La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por el Hijo "de junto al Padre" (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único. "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".
264 "El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto fuente primera y, por el don eterno de este al Hijo, del Padre y del Hijo en comunión" (S. Agustín, Trin. 15,26,47).
265 Por la gracia del bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (cf. Pablo VI, SPF 9).
266 "La fe católica es esta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad" (Symbolum "Quicumque").
267 Las personas divinas, inseparables en lo su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo.

martes, 7 de junio de 2011

Carta de Jesus a un Joven


Carta de Cristo
Autor:



Mi querido amigo (a):


Hoy quiero escribirte porque quiero conversar contigo... Sí, quiero hablarte con la voz del corazón y escuchar la voz del tuyo. Hace tiempo que te estoy esperando; sé que mantienes muchas cosas entre manos, que no tienes tiempo... pero, mi amor por ti es superior a todo lo que tengas que hacer, y por eso, hoy decidí escribirte.

Ah, se me había olvidado decirte quién soy; pero ¿no es verdad que tu ya sabes quién es el que te escribe?

Soy yo, Jesús, el hijo de María, tu amigo y salvador.

Dime amigo: ¿te cuesta creer? Para mí es tan importante contar con tu fe, porque quiero que me hagas presente vivo entre los hombres. ¿Te gustaría participar conmigo en esta gran misión de salvar la humanidad y llevar mi amor a los hermanos?

A mis amigos les he dicho que yo soy "La luz del mundo", pero, ¿sabes una cosa? Yo te necesito a ti para disipar tantas sombras que oscurecen la vida de los hombres.

¿Acaso no te das cuenta que el pecado ha enceguecido muchas mentes y endurecido muchos corazones? 

Y... ¿tú mismo, no tienes la experiencia de la oscuridad en tu propia vida? ¿Quieres entonces, que compartamos hoy de tú a tú, esa situación tuya que te quita la paz e impide tu crecimiento interior?

¿Qué es lo que te está destruyendo, qué te pasa? Acaso ¿la impureza..., la incredulidad..., el egoísmo..., la mentira..., el desamor..., ha manchado tu juventud y por eso te sientes inquieto? Háblame con toda confianza, pues quiero ayudarte, brindarte mi amor misericordioso y sanarte con mi gracia.

Al decirle un día a mis amigos que mi Cuerpo era verdadera comida y mi Sangre verdadera bebida, muchos dieron un paso atrás y rompieron su amistad conmigo. Al preguntarle a los doce si también querían dejarme, Pedro me contestó: "Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabra de vida eterna".

Ahora dime tú, amigo (a), que eres joven y amas la vida ¿qué estás haciendo con tu juventud? ¿qué es lo que buscas? ¿qué es lo que anhelas?

Háblame, aquí estoy para escucharte... ánimo... No tengas miedo..., Yo estoy contigo. Yo he vencido la muerte y el dolor. Tu corazón puede descansar seguro en el mío, porque sólo quiero que tengas vida y la tengas en abundancia; para esto me envió mi Padre, que es también tu Padre; Él te ama tanto que me envió para salvarte... ¿Te das cuenta cuan inmenso es el amor de Dios por ti? Esta carta me está saliendo un poco larga, ¡pero créeme que estoy feliz comunicándome contigo! 

Perdóname, pero quiero hacerte una pregunta, la misma que un día le hice a un amigo: "Pedro... ¿me amas? ¿como me lo aseguras? ¿Por qué no examinas un poco tu comportamiento con los hombres, mis hermanos, antes de responderme?

¡Gracias! Un millón de gracias por escucharme... por lo que me has confiado... y también por la respuesta que acabas de dar.

No olvides nunca que si te sientes cansado o triste, puedes contar conmigo, yo te aliviaré... Eso sí, trata de aprender de mí que Soy manso y humilde de corazón...

Bueno, hasta pronto, saludes a los tuyos, a todos los que amas... Diles que siempre los estoy esperando, porque mi amor por ti es eterno y no se agota jamás.

Para ti la fuerza de mi amor y el de mi Padre que es el mismo... 

No me olvides nunca... "Yo jamás te abandonare"

Tu amigo de siempre: 

Jesucristo
(Espero tu respuesta)

martes, 26 de abril de 2011

Historia del Santo Rosario


EL ROSARIO

Dentro del culto a la Santísima Virgen María no podemos dejar fuera la devoción del Santo Rosario.

La palabra “rosario” viene del latín que significa guirnalda de rosas, siendo que la rosa es una de las flores utilizadas para simbolizar a la Virgen María.

Si se preguntara cuál objeto específico es el más característico de un Católico, seguramente que el Rosario fuera el más destacado. Muy frecuente es la escena de la viejita pasando las cuentas de su rosario en un banco de la iglesia, o el rosario grande colgado del cinturón de un monje y, más recientemente, el rosario colgando del espejo retrovisor del carro de algún devoto de la Virgen.

Lamentablemente, a partir de la década de los años 1960, decayó la devoción del Rosario, cosa que sucedió también con la devoción a la Santísima Virgen María. Pero recientemente ha cambiado esta tendencia: el Rosario ha resurgido, por así decirlo: está “de moda”.



Origen del Rosario


Se dice que el Rosario fue instituido por Santo Domingo de Guzmán, el fundador de la Orden de Predicadores, conocidos como los Dominicos. Pero, sin quitarle a Santo Domingo su aporte, el origen remoto del Rosario es anterior a Santo Domingo.

De hecho, siglos antes de este Santo fundador, los monjes recitaban de manera regular todo el Salterio (la colección de 150 Salmos de la Sagrada Escritura). Pero sucedía que los hermanos legos que formaban parte de las comunidades monacales era analfabetos y no podían leer los Salmos. Para ellos se ideó una forma de oración que pudiera ser fácilmente memorizable.

La primera oración que se escogió para repetir unas 50 o 100 veces, dependiendo de las circunstancias, fue el Padre Nuestro. A raíz de este ejercicio repetitivo y para facilitar el conteo, surgió en Inglaterra un gremio de artesanos especializados en fabricar lo que hoy conocemos como un rosario. De hecho, hay en Londres una calle llamada “Pater Noster Row” (Hilera de Padre Nuestros), la cual recuerda la zona en que estos artesanos fabricaban estas cuentas.

Los rosarios que fueron originalmente utilizados para contar los Padre Nuestros, a partir del Siglo XII fueron utilizados para comenzar a contar “Salutaciones Angélicas”, que eran la primera mitad de lo que hoy conocemos como el Ave María. (“Jesús” y la segunda parte de esta oración fue agregada algún tiempo después, en 1483). Cada Ave María se seguía con la alusión de un pasaje evangélico en forma de jaculatoria, las cuales llegaron a ser unas 300.

¿Cuál es, entonces, el verdadero aporte de Santo Domingo de Guzmán? El Rosario, como hoy lo conocemos, surgió en el Siglo XV y se hizo muy popular por la predicación de un Sacerdote Dominico, Alan de Rupe (+1475). La creencia de que la devoción del Santo Rosario fue revelada a Santo Domingo (+1221) se basaba en una visión de Rupe sobre Santo Domingo y el Rosario.

La historia cuenta que la Santísima Virgen se le apareció a Santo Domingo mostrándole una bella guirnalda de rosas, pidiéndole que rezara diariamente el Rosario y que enseñara a la gente a rezar el Rosario.

En 1521 el Rosario fue simplificado por el dominico Alberto de Castello, quien escogió 15 pasajes evangélicos (los que ahora conocemos como 15 misterios). Luego el Papa San Pío V (1566-1572) definió mediante una bula el Rosario como lo conocemos hoy.

Y en nuestra época el Papa Juan Pablo II revitalizó el Rosario, añadiendo a los 15 Misterios ya conocidos, 5 Misterios más, referidos a la vida pública de Jesucristo. En la Carta Apostólica “El Rosario de la Virgen María” defiende y promueve esta práctica oracional mariana, además de presentar una amplia sustentación bíblica y teológica para esta devoción, intentando estimular a los Católicos a utilizarla más extensivamente y mostrando a los no-Católicos la bondad de esta oración.



domingo, 3 de abril de 2011

Beatificación y Canonización, Beatificación de Juan Pablo II

Autor: Vicente Cárcel Ortí
¿Qué es una beatificación y una canonización?
La canonización es un acto solemne del magisterio: ordinario pontificio que se extiende a toda la Iglesia y obliga a todos los católicos a creer en ella.

¿Qué es una beatificación y una canonización?
¿Qué es una beatificación y una canonización?



La declaración de santidad podemos decir que es tan antigua como la misma Iglesia. En los primeros siglos esta declaración se hacía de una manera sencilla y casi espontánea respecto a los mártires, y luego también respecto a los confesores ya las vírgenes. Brotaba del sentido de la fe del pueblo, de la vox populi, que luego era aceptada por la jerarquía de la Iglesia. Los primeros papas y los cristianos que murieron víctimas de las persecuciones que los emperadores romanos desencadenaron contra ellos hasta principios del siglo IV fueron reconocidos como mártires. El Concilio Vaticano II explica esta actuación de la Iglesia en la Lumen gentium, n. 50.


Con el paso del tiempo ha evolucionado el proceso para la declaración de santidad. A partir del siglo X se pedía con frecuencia la aprobación del Papa, y desde el siglo XIII se reservó exclusivamente a él. Los papas Urbano VIII y, sobre todo, Benedicto XIV en el siglo XVIII, establecieron las normas que han de seguirse en las dos fases de que consta la declaración de santidad: la beatificación y la canonización, ambas reservadas al romano pontífice.


Para hacer una aclaración objetiva sobre las consecuencias que una cosa y otra -la beatificación y la canonización de un cristiano- entrañan para la vida de cada uno de nosotros, nada mejor que analizar el ritual de cada uno de estos actos, y la praxis oficial de la Congregación para el Culto Divino en la regulación del culto, sin entrar en la diversidad de prácticas canónicas que han existido, a través de la historia de la Iglesia para estas cuestiones, limitándonos estrictamente textos actuales.


Todos tenemos experiencias de personas que suscitan, incluso en vida, nuestra admiración veneración. Muchos recordamos en nuestras diócesis, ciudades o pueblos, personas concretas, tanto religiosos como seglares que, según la opinión general de la gente vivieron como santos y decimos de ellos: fue un "santo". En otros casos, la veneración queda más reducida al grupo de los que conocen directamente a la persona; es el caso de los fundadores de una congregación religiosa.


En otros casos, además, hay el hecho de los cristianos que han manifestado su fe con la donación de su vida a la causa del Señor: son los mártires.


Es normal que este sentimiento que se tiene en vida hacia una persona se quiera mantener después muerte. Al fin y al cabo, el recuerdo es una de las cosas que todos deseamos, y la Sagrada Escritura lo considera como una de las características del justo: «El justo será siempre recordado».


De aquí puede nacer simplemente el mantenimiento cordial del recuerdo entre los conocidos, como hacemos con las personas de nuestra familia, o puede nacer -si el recuerdo es notable y extenso- el de que sea conservado de una manera pública en la Iglesia.


Así se origina el proceso a través del cual se espera que se pueda llegar a que el cristiano que se recuerda sea propuesto oficialmente como testimonio de vida cristiana.


¿Qué es, pues una «beatificación»? Es una primera respuesta oficial y autorizada del Santo Padre a las personas que piden poder venerar públicamente a un cristiano que consideran ejemplar, con la cual se les concede permiso para hacerlo. La fórmula se dice precisamente en respuesta a la petición hecha por el obispo de la diócesis que ha promovido el proceso. La «beatificación» no impone nada a nadie en la Iglesia. Pide, eso sí, el respeto que merece una decisión del Papa, y el que merece la piedad de los hermanos cristianos. Por esto la memoria de los beatos no se celebra universalmente en la Iglesia, sino solamente en los lugares donde hay motivo para hacerlo y se pide. Incluso en estos casos, excepto cuando se trata del fundador de una congregación, o de un patrono, o de la Iglesia donde está enterrado, la memoria es siempre libre y no obligatoria, para respetar el carácter propio de la beatificación. La fórmula de la beatificación puede proclamarla otro distinto del Papa, por ejemplo, un cardenal, en nombre suyo. Así se hacía habitualmente hasta los tiempos de Pablo VI, que empezó a hacer personalmente las beatificaciones.


Para la beatificación de un mártir es suficiente la declaración oficial de su martirio por parte de la Iglesia, por ello no se requiere ni el proceso de virtudes heroicas ni tampoco el milagro, que, en cambio, se exige para la canonización. En el caso de los nueve mártires de Turón y del hermano Jaime Hilario Barbal Cosán, fue presentada para su canonización -que tuvo lugar en el Vaticano el 21 de noviembre de 1999- la curación milagrosa de Rafaela Bravo Jirón, de veinticinco años, natural de León (Nicaragua), maestra, a la que se le detectó un tumor altamente maligno en el útero, incurable con medios científicos, porque el tumor era necrótico y sangrante y la infiltración llegaba hasta los huesos; por ello tuvieron que extirparle el útero y dada la gravedad de la situación, los médicos no le daban más de cinco años de vida. Precedentemente dicha señora había sido hospitalizada cuatro veces a causa de otros tantos episodios abortivos incompletos. El mismo día de la beatificación de los citados mártires (domingo 29 de abril de 1990), y después de haber pedido con gran fe y devoción su invocación mediante dos novenarios de oraciones, repentinamente la enferma sufrió tremendos dolores en el bajo vientre con expulsión desde la vagina de un coágulo lleno de sangre. Inmediatamente sintió una notable mejoría, que prosiguió en los meses y años sucesivos hasta llegar a su curación completa, sin que los médicos hayan podido explicarlo científicamente. La señora Bravo Jirón atribuye todo esto a la Intercesión de los Hermanos de la Salle, mártires que el Papa estaba beatificando en Roma. Diez años después, la enferma se encuentra totalmente restablecida y la curación total, perfecta y duradera ha sido considerada milagrosa, es decir, inexplicable desde el punto de vista científico, tanto por los médicos que han tratado a dicha señora en Nicaragua como por el colegio de médicos que ha examinado el caso en el Vaticano. De este modo se ha conseguido en poco tiempo la primera canonización de los primeros mártires de la persecución religiosa española, que son, al mismo tiempo, los primeros santos españoles del siglo XX.


Los textos litúrgicos de la canonización son distintos de la beatificación. Además, es el Papa quien actúa en persona. La petición no la formula un obispo individualmente -es decir, el obispo de la diócesis en la que se ha hecho el proceso canónico, que suele ser la del lugar en el que ha muerto el santo- sino "la Santa Madre Iglesia", y, en su nombre, el prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos. El Papa pronuncia la fórmula solemne de la canonización en estos términos: «Para honor de la Santísima Trinidad, para la exaltación de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y la nuestra, después de haber reflexionado intensamente, y de haber implorado asiduamente el auxilio de Dios, siguiendo el consejo de muchos hermanos nuestros en el episcopado, declaramos y definimos como santo/a el/la beato/a N., y lo/la incluimos en el catálogo de los santos, estableciendo que éste/a ha de ser honrado/a en toda la Iglesia entre los santos con piadosa devoción. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»


No se trata, pues, de un "facultad", sino de una propuesta que hay que aceptar: "ha de ser honrado/a en toda la Iglesia". La canonización es un acto solemne del magisterio: ordinario pontificio que se extiende a toda la Iglesia y obliga a todos los católicos a creer en ella.

lunes, 7 de febrero de 2011

Consejos para una mejor celebracion eucaristica

MEJORAR LA MISA

1. Antes de la misa

Hemos de llegar con tiempo suficiente, evitando incorporarnos a la misa ya empezada. A las citas importantes no llegamos tarde, y la misa no tiene menos importancia que el cine o cualquier compromiso social en los que cuidamos la puntualidad.
Prepararnos interiormente, serenando el espíritu y tratando de liberarnos de agobios y prisas para poder estar realmente presentes en la celebración.
Cuidar el silencio y ayudar a que los demás lo cuiden. Aunque no haya empezado la misa, estamos en un lugar de oración y los demás necesitan de nuestro silencio. Por supuesto, apagar el teléfono móvil.

2. Las posturas durante la misa

Es importante que expresemos la unión de fe a través de la unidad de posturas, que son las siguientes:
- De pie cuando entra el celebrante en la procesión de entrada.
- Sentados para escuchar las lecturas no evangélicas.
- De pie en el «Aleluya» y durante la lectura del Evangelio, como señal de respeto ante los textos más importantes de la Palabra de Dios.
- Sentados durante la homilía y el silencio que debe seguir a ella.
- De pie para el «Credo» y la «Oración de los fieles».
- Sentados durante el ofertorio.
- De pie al terminar el ofertorio, cuando el sacerdote termina de lavarse las manos y va a decir: «Orad, hermanos...».
- De rodillas en la consagración: desde el momento en el que el sacerdote extiende las manos sobre las ofrendas hasta que baja el cáliz después de mostrarlo. Seguimos de pie hasta que termine la Comunión.
- De pie al recibir la comunión.
- Sentados al concluir la Comunión.
- De pie para la «Oración final», la bendición y durante la salida del celebrante.

3. Las oraciones

Hay que procurar acomodar el ritmo de las distintas oraciones, de forma que toda la asamblea rece a la vez, evitando ir desacompasados. Es la unidad de las voces que expresa la unidad en la misma fe de todos los corazones.

4. El canto

El canto es un elemento importante de la liturgia; por eso debemos prestarle el máximo interés. Tanto si hay coro como si sólo canta la asamblea, todos hemos de participar de la mejor manera que sepamos, utilizando las hojas o libritos de que podamos disponer.
Hemos de tratar de ser fieles a la melodía de cada canto, dándole su ritmo adecuado y el estilo propio. No es lo mismo un canto jubiloso como el Aleluya que un canto meditativo o una petición de perdón.
Hay que prestar atención a las intervenciones en forma de aclamación que, como tales, deberían ser cantadas: El «Santo», la aclamación después de la consagración y el «Amén» al final de la plegaria eucarística.

5. El acto penitencial

Al comienzo de la misa, el sacerdote invita a los fieles a reconocerse pecadores. No se trata de hacer examen de conciencia, sino de realizar un humilde reconocimiento de nuestra condición de pecadores.
El uso excesivo del primer modo de este acto penitencial (que incluye el «Yo confieso») no debe hacernos olvidar los otros dos, sobre todo el segundo: «Señor ten misericordia de nosotros» — «Porque hemos pecado contra ti». «Muéstranos, Señor, tu misericordia» — «Y danos tu salvación».

6. La Palabra de Dios

Las lecturas se leen para que se escuchen; no basta con oírlas simplemente. Por eso es importante que los lectores las proclamen con claridad y respeto, expresando así que lo que se lee no es cualquier palabra sino la Palabra de Dios. Cuidando de manera especial el Salmo responsorial, que debe ser proclamado con ritmo meditativo y poético, a la vez que se facilita la respuesta de la asamblea dejando el tiempo suficiente.
Hay que evitar los lectores improvisados. Si alguien puede prestar el servicio litúrgico de proclamar la Palabra, convendría que prepare la lectura previamente en su casa sirviéndose de algún misal. Antes de la misa debería brindarse al sacerdote, para no tener que recurrir a los «espontáneos» y, si es posible, repasar de nuevo las lecturas.
El que lee comienza proclamando el texto que va a leer (por ejemplo: «Lectura del profeta Isaías»), hace la lectura y termina con la aclamación «Palabra de Dios». No debe decirse nada más (como «primera lectura», «salmo responsorial», etc.), ni cambiar nada (como «es Palabra de Dios»).
La homilía no debería ser un momento de estricto cumplimiento del sacerdote y la asamblea. A veces da la impresión de que el celebrante predica porque no le queda más remedio y los que asisten se limitan a oír sin escuchar aguantando un sermón. El que predica debería hacerlo desde la fe de la Iglesia que él mismo vive intensamente; y los que escuchan deberían atender con la intensidad que pone el que recibe un mensaje de vital importancia para él.

7. La consagración

La postura habitual durante la consagración es de rodillas, salvo que exista impedimento normal de salud o espacio que lo impida. En ese caso, sería de desear colocarse en un lateral del templo o hacia el final, evitando formar una barrera que dificulte la visibilidad de los demás.
El momento en el que se está de rodillas es estrictamente el de la consagración y la elevación, de manera que hay que arrodillarse después de que el sacerdote extienda las manos sobre las ofrendas, no al terminar el «Santo», y levantarse después de la elevación del cáliz, sin esperar a la aclamación «Este es el sacramento de nuestra fe».
Sería de desear conocer las tres aclamaciones que se pueden hacer en este momento, para poder variarlas según los diversos tiempos litúrgicos:
1) «Este es el sacramento de nuestra fe» - «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús.
2) «Aclamad el misterio de la redención» - «Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas».
3) «Cristo se entregó por nosotros» - «Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor».

8. El amén

Una de las palabras más importantes de la liturgia es «Amén», con la que expresamos nuestro asentimiento de fe. La plegaria eucarística, que incluye la consagración, es el momento más importante de la misa y concluye con una solemne alabanza a la trinidad: «Por Cristo, con él y el él, a ti Dios Padre omnipotente...». Esta alabanza la dice, o la canta, el sacerdote, no los fieles. Y como respuesta toda la asamblea responde solemnemente: «Amén».

9. El gesto de la paz

Antes de la comunión el sacerdote da la paz del Señor a todos los fieles. Ése es propiamente el rito de la paz. Pero el sacerdote puede (no es obligatorio) invitarnos a darnos la paz usando la fórmula: «La paz contigo» - «Y con tu espíritu». Pero se trata de un simple gesto de poca importancia; por tanto sólo debe darse la paz al que está a nuestro lado, a la derecha y a la izquierda. De ningún modo hay que dar la paz a los del banco de atrás ni, mucho menos, salir del banco para saludar a los que están a la otra parte del pasillo. Mientras nos entretenemos en un gesto secundario perdemos un gesto fundamental que es el de la fracción del pan, algo tan importante que daba nombre a la celebración de la eucaristía en los comienzos de la Iglesia. Y, además, no es un gesto que se realiza automáticamente cuando el sacerdote dice: «La paz del Señor esté siempre con vosotros», de modo que nos damos la paz sólo después de que el sacerdote concluya la invitación a hacerlo.

10. La comunión

Recibir la comunión tiene su importancia, de modo que no podemos tener la actitud del que se pone a la «cola» para comprar el pan o sacar unas entradas. Se trata de una procesión en la que la asamblea se acerca solemnemente a la mesa del Señor a recibir su Pan. Por eso deberíamos estar todos de pie y formar una fila ordenada hacia donde está el ministro distribuyendo la comunión, evitando colocarnos al lado del que está comulgando, con lo que le dificultamos el regreso. Debemos colocarnos detrás de él y esperar a que salga de la fila por el lado que menos moleste a los que están detrás.
Antes de comulgar debemos hacer un gesto de adoración, como una inclinación profunda o genuflexión. Pero no debe hacerse ningún gesto en el momento de recibir la eucaristía, como inclinación de cabeza, santiguarnos, etc. Este signo de adoración debe hacerse antes, mientras comulga el que va delante.
La comunión se recibe normalmente de pie, y podemos elegir comulgar en la boca o en la mano. Si vamos a comulgar en la mano lo debemos expresar claramente para que el sacerdote lo vea, extendiendo la palma de la mano izquierda y colocando la derecha debajo (los zurdos al revés). Una vez el sacerdote ha depositado el cuerpo del Señor en la mano, allí mismo e inmediatamente se consume delante del celebrante.

11. Salida

Hay que evitar las prisas al salir, dando la impresión que estamos deseando dejar algo desagradable. La celebración eucarística termina con la despedida que hace el sacerdote. Sólo debemos empezar a salir cuando el sacerdote haya salido del templo.
Si hemos vivido la misa de verdad, lo normal es que nos quedemos un momento en silencio y oración para dar gracias a Dios y profundizar espiritualmente en lo que hemos celebrado y recibido.
Evitemos dar limosna a los mendigos de la puerta. Aunque nuestra intención sea buena, en el fondo lo normal es que hagamos este gesto, no tanto por caridad sino para justificarnos. La auténtica caridad consistiría en ayudar eficazmente a esos mendigos en lo que necesitan de verdad; y, si no somos capaces de hacerlo, mejor sería que aportásemos una ayuda económica mayor a quienes pueden hacerlo. Con nuestra pequeña limosna a los mendigos no les ayudamos a ellos y creamos un serio problema a los demás.

12. Después de la misa

Aunque la misa haya terminado materialmente, sus frutos deberían prolongarse a lo largo de toda nuestra vida. Para ello hemos de procurar conservar interiormente la gracia de Dios que hemos recibido, evitando actuar como quien acaba de realizar cualquier acto profano que se olvida enseguida.

EUCARISTIA FUENTE Y CENTRO DE TODO CREYENTE