lunes, 7 de febrero de 2011

Consejos para una mejor celebracion eucaristica

MEJORAR LA MISA

1. Antes de la misa

Hemos de llegar con tiempo suficiente, evitando incorporarnos a la misa ya empezada. A las citas importantes no llegamos tarde, y la misa no tiene menos importancia que el cine o cualquier compromiso social en los que cuidamos la puntualidad.
Prepararnos interiormente, serenando el espíritu y tratando de liberarnos de agobios y prisas para poder estar realmente presentes en la celebración.
Cuidar el silencio y ayudar a que los demás lo cuiden. Aunque no haya empezado la misa, estamos en un lugar de oración y los demás necesitan de nuestro silencio. Por supuesto, apagar el teléfono móvil.

2. Las posturas durante la misa

Es importante que expresemos la unión de fe a través de la unidad de posturas, que son las siguientes:
- De pie cuando entra el celebrante en la procesión de entrada.
- Sentados para escuchar las lecturas no evangélicas.
- De pie en el «Aleluya» y durante la lectura del Evangelio, como señal de respeto ante los textos más importantes de la Palabra de Dios.
- Sentados durante la homilía y el silencio que debe seguir a ella.
- De pie para el «Credo» y la «Oración de los fieles».
- Sentados durante el ofertorio.
- De pie al terminar el ofertorio, cuando el sacerdote termina de lavarse las manos y va a decir: «Orad, hermanos...».
- De rodillas en la consagración: desde el momento en el que el sacerdote extiende las manos sobre las ofrendas hasta que baja el cáliz después de mostrarlo. Seguimos de pie hasta que termine la Comunión.
- De pie al recibir la comunión.
- Sentados al concluir la Comunión.
- De pie para la «Oración final», la bendición y durante la salida del celebrante.

3. Las oraciones

Hay que procurar acomodar el ritmo de las distintas oraciones, de forma que toda la asamblea rece a la vez, evitando ir desacompasados. Es la unidad de las voces que expresa la unidad en la misma fe de todos los corazones.

4. El canto

El canto es un elemento importante de la liturgia; por eso debemos prestarle el máximo interés. Tanto si hay coro como si sólo canta la asamblea, todos hemos de participar de la mejor manera que sepamos, utilizando las hojas o libritos de que podamos disponer.
Hemos de tratar de ser fieles a la melodía de cada canto, dándole su ritmo adecuado y el estilo propio. No es lo mismo un canto jubiloso como el Aleluya que un canto meditativo o una petición de perdón.
Hay que prestar atención a las intervenciones en forma de aclamación que, como tales, deberían ser cantadas: El «Santo», la aclamación después de la consagración y el «Amén» al final de la plegaria eucarística.

5. El acto penitencial

Al comienzo de la misa, el sacerdote invita a los fieles a reconocerse pecadores. No se trata de hacer examen de conciencia, sino de realizar un humilde reconocimiento de nuestra condición de pecadores.
El uso excesivo del primer modo de este acto penitencial (que incluye el «Yo confieso») no debe hacernos olvidar los otros dos, sobre todo el segundo: «Señor ten misericordia de nosotros» — «Porque hemos pecado contra ti». «Muéstranos, Señor, tu misericordia» — «Y danos tu salvación».

6. La Palabra de Dios

Las lecturas se leen para que se escuchen; no basta con oírlas simplemente. Por eso es importante que los lectores las proclamen con claridad y respeto, expresando así que lo que se lee no es cualquier palabra sino la Palabra de Dios. Cuidando de manera especial el Salmo responsorial, que debe ser proclamado con ritmo meditativo y poético, a la vez que se facilita la respuesta de la asamblea dejando el tiempo suficiente.
Hay que evitar los lectores improvisados. Si alguien puede prestar el servicio litúrgico de proclamar la Palabra, convendría que prepare la lectura previamente en su casa sirviéndose de algún misal. Antes de la misa debería brindarse al sacerdote, para no tener que recurrir a los «espontáneos» y, si es posible, repasar de nuevo las lecturas.
El que lee comienza proclamando el texto que va a leer (por ejemplo: «Lectura del profeta Isaías»), hace la lectura y termina con la aclamación «Palabra de Dios». No debe decirse nada más (como «primera lectura», «salmo responsorial», etc.), ni cambiar nada (como «es Palabra de Dios»).
La homilía no debería ser un momento de estricto cumplimiento del sacerdote y la asamblea. A veces da la impresión de que el celebrante predica porque no le queda más remedio y los que asisten se limitan a oír sin escuchar aguantando un sermón. El que predica debería hacerlo desde la fe de la Iglesia que él mismo vive intensamente; y los que escuchan deberían atender con la intensidad que pone el que recibe un mensaje de vital importancia para él.

7. La consagración

La postura habitual durante la consagración es de rodillas, salvo que exista impedimento normal de salud o espacio que lo impida. En ese caso, sería de desear colocarse en un lateral del templo o hacia el final, evitando formar una barrera que dificulte la visibilidad de los demás.
El momento en el que se está de rodillas es estrictamente el de la consagración y la elevación, de manera que hay que arrodillarse después de que el sacerdote extienda las manos sobre las ofrendas, no al terminar el «Santo», y levantarse después de la elevación del cáliz, sin esperar a la aclamación «Este es el sacramento de nuestra fe».
Sería de desear conocer las tres aclamaciones que se pueden hacer en este momento, para poder variarlas según los diversos tiempos litúrgicos:
1) «Este es el sacramento de nuestra fe» - «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús.
2) «Aclamad el misterio de la redención» - «Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas».
3) «Cristo se entregó por nosotros» - «Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor».

8. El amén

Una de las palabras más importantes de la liturgia es «Amén», con la que expresamos nuestro asentimiento de fe. La plegaria eucarística, que incluye la consagración, es el momento más importante de la misa y concluye con una solemne alabanza a la trinidad: «Por Cristo, con él y el él, a ti Dios Padre omnipotente...». Esta alabanza la dice, o la canta, el sacerdote, no los fieles. Y como respuesta toda la asamblea responde solemnemente: «Amén».

9. El gesto de la paz

Antes de la comunión el sacerdote da la paz del Señor a todos los fieles. Ése es propiamente el rito de la paz. Pero el sacerdote puede (no es obligatorio) invitarnos a darnos la paz usando la fórmula: «La paz contigo» - «Y con tu espíritu». Pero se trata de un simple gesto de poca importancia; por tanto sólo debe darse la paz al que está a nuestro lado, a la derecha y a la izquierda. De ningún modo hay que dar la paz a los del banco de atrás ni, mucho menos, salir del banco para saludar a los que están a la otra parte del pasillo. Mientras nos entretenemos en un gesto secundario perdemos un gesto fundamental que es el de la fracción del pan, algo tan importante que daba nombre a la celebración de la eucaristía en los comienzos de la Iglesia. Y, además, no es un gesto que se realiza automáticamente cuando el sacerdote dice: «La paz del Señor esté siempre con vosotros», de modo que nos damos la paz sólo después de que el sacerdote concluya la invitación a hacerlo.

10. La comunión

Recibir la comunión tiene su importancia, de modo que no podemos tener la actitud del que se pone a la «cola» para comprar el pan o sacar unas entradas. Se trata de una procesión en la que la asamblea se acerca solemnemente a la mesa del Señor a recibir su Pan. Por eso deberíamos estar todos de pie y formar una fila ordenada hacia donde está el ministro distribuyendo la comunión, evitando colocarnos al lado del que está comulgando, con lo que le dificultamos el regreso. Debemos colocarnos detrás de él y esperar a que salga de la fila por el lado que menos moleste a los que están detrás.
Antes de comulgar debemos hacer un gesto de adoración, como una inclinación profunda o genuflexión. Pero no debe hacerse ningún gesto en el momento de recibir la eucaristía, como inclinación de cabeza, santiguarnos, etc. Este signo de adoración debe hacerse antes, mientras comulga el que va delante.
La comunión se recibe normalmente de pie, y podemos elegir comulgar en la boca o en la mano. Si vamos a comulgar en la mano lo debemos expresar claramente para que el sacerdote lo vea, extendiendo la palma de la mano izquierda y colocando la derecha debajo (los zurdos al revés). Una vez el sacerdote ha depositado el cuerpo del Señor en la mano, allí mismo e inmediatamente se consume delante del celebrante.

11. Salida

Hay que evitar las prisas al salir, dando la impresión que estamos deseando dejar algo desagradable. La celebración eucarística termina con la despedida que hace el sacerdote. Sólo debemos empezar a salir cuando el sacerdote haya salido del templo.
Si hemos vivido la misa de verdad, lo normal es que nos quedemos un momento en silencio y oración para dar gracias a Dios y profundizar espiritualmente en lo que hemos celebrado y recibido.
Evitemos dar limosna a los mendigos de la puerta. Aunque nuestra intención sea buena, en el fondo lo normal es que hagamos este gesto, no tanto por caridad sino para justificarnos. La auténtica caridad consistiría en ayudar eficazmente a esos mendigos en lo que necesitan de verdad; y, si no somos capaces de hacerlo, mejor sería que aportásemos una ayuda económica mayor a quienes pueden hacerlo. Con nuestra pequeña limosna a los mendigos no les ayudamos a ellos y creamos un serio problema a los demás.

12. Después de la misa

Aunque la misa haya terminado materialmente, sus frutos deberían prolongarse a lo largo de toda nuestra vida. Para ello hemos de procurar conservar interiormente la gracia de Dios que hemos recibido, evitando actuar como quien acaba de realizar cualquier acto profano que se olvida enseguida.

EUCARISTIA FUENTE Y CENTRO DE TODO CREYENTE